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Landaree

Mi ojo artístico

Repasando la -brevísima- galería que publiqué en ElClubDigital, me ha chocado encontrar un comentario positivo a una de mis fotos, por parte de un chaval que es cien veces mejor fotógrafo que yo... y no es que él sea un fotógrafo excepcionalmente bueno. Es que yo no soy fotógrafo en absoluto.

Tampoco es realmente que me haya sorprendido el comentario, en cierto modo me lo esperaba. Pero lo cierto es que todo en esa foto es absolutamente falso... no, falso no es la palabra: artificial. Pretendido, posiblemente. Ví un anciano caminando trabajosamente por el parque, con su muleta, paciente pero resueltamente, como si supiera que ese paseo no le iba a llevar a ningún lado en particular, pero no obstante no renunciaría a él por nada del mundo; relacioné conceptos, me di cuenta que podía ser la típica foto que parece transmitir “algo” (posiblemente lo mismo que yo pensé, aunque vaya usted a saber), la tomé. Llegué a casa, vi que había encuadrado al anciano en el centro exacto (¿y por qué no?, para mí no hay diferencia alguna, el caso es que se le vea... de hecho, y si me preguntaran, yo diría que el lugar lógico para el motivo central es precisamente el centro); relacioné conceptos, recorté la foto y lo encuadré a un lado, tal y como manda la “regla de los tercios”; comprobé las dos versiones; me abstraje; intenté ver la diferencia; no la encontré. Paciencia.
¿Parecía bonita la foto? Sí, a mí me lo parecía: se veía al anciano (no lo había desencuadrado tanto que se saliera de la foto), se veía todavía un buen trozo de parque, los colores eran bonitos... ¡ah, sí, los colores! Relacioné conceptos; “La lista de Schindler”; hala, a enmascarar; después desaturar, y... ¡voilà!, como “La lista de Schindler”. Pero, por si acaso, dejé al anciano enfocado y desenfoqué el resto de forma gradual, dado que la profundidad de campo original era alta; como no tenía un programa avanzado, no podía hacer realmente un desenfoque gradual, así que usé capas y transparencias, y el efecto quedó en ciertas zonas como una de esas neblinas que dan un carácter tan onírico/romántico; relacioné conceptos.
Por si acaso, y al publicar la foto, la acompañé de un comentario que consideré poético (por fortuna, las letras no me resultan tan esquivas como las imágenes): “¿cuántos parques habrá visto pasar bajo sus pies este hombre?”.

Lo cierto es que no a todos los que les he enseñado la foto, les ha parecido especialmente bonita; a mi madre no le ha impresionado gran cosa. No sólo ella tiene bastante ojo artístico, sino que probablemente me conoce lo bastante para ver en la foto esa artificialidad, ese “conoces algunas palabras del arte, incluso sabes pronunciarlas... pero no las entiendes”. Y tiene razón, por supuesto.
No es que crea que carezco absolutamente de “ojo”; en algunas ocasiones creo poder intuír ciertas cosas, diferenciar ciertas fotos buenas de otras malas. En cierto modo, soy como un bebé que balbucea sílabas inconexas: comprende vagamente el concepto de la comunicación verbal, aún más vagamente el método empleado, y se dedica a probar; la mayoría de veces no consigue nada, pero de vez en cuando parece lograrlo, a su vez el adulto parece entenderlo y le sonríe, y el niño se queda tan contento con esa reacción positiva. Parece, parece... en realidad, puede que haya estado intentando decir que tiene sed, y el adulto puede que haya creído entender que ha dicho “papá”. Es posible que esa foto “transmita” desesperanza, fin, despedida... cuando yo estaba pensando en templanza. Pero bueno, al menos parece que transmite algo.

Tampoco me lamento de carecer de todo tipo de sensiblidad artística; soy razonablemente sensible a la música, incluso sé componerla con cierta gracia, y no es el único arte que comprendo y disfruto. Si mi idealismo pragmático/lógico me ciega a muchas ramas del arte, al menos no me impide adentrarme en unas pocas.

Pero en las que no soy capaz de entrar, y especialmente con cosas como ésta, no puedo dejar de preguntarme cómo es posible que la mera réplica de unos patrones conocidos, el hecho de repetir una serie de trucos, técnicas e ideas que en realidad son muy típicos, pueda ser reconocida como arte, o llamada como tal. ¿Acaso tengo yo un mínimo talento que escapa por completo a mi alcance consciente, pero no a otros que tiene bien abierto su “ojo” artístico? ¿O me encuentro, una vez más, ante el clásico fenómeno de quien tampoco tiene excesiva visión artística pero no quiere reconocerlo, y responde por tanto de forma artificial y pretendida a una obra igualmente artificial y pretendida?

Por suerte, tampoco tengo el menor interés en seguir “fabricando” arte en conserva (al menos no visual), ni en engañar a nadie en beneficio de dudosos experimentos sociológicos; no se me ocurrirá decirle al chaval ése hasta qué punto le ha encantado el resultado de una serie de trucos baratos y tópicos, para que se irrite o se avergüence, o para que intente salir del paso diciendo que en realidad no es que sea tan buena, o que sí que lo es aunque yo mismo no lo vea. No soy de ese tipo de personas, y ésa foto no era un engaño simplemente porque yo no pretendía que lo fuera. Como dijo cierto filósofo (yo mismo, hace menos de cinco segundos), para engañar a los demás primero tienes que engañarte a tí mismo.

Las ventajas de la ignorancia estúpida

Esta tarde, navegando por el Intenné, me he encontrado un hilo que reproducía el siguiente artículo:

Hacking en Internet. Guía para padres

El artículo no tiene desperdicio; básicamente, representa un rebuzno ignorante contra la tecnología, con perlas de inmenso calibre tales como que el mIRC o el seti@home son herramientas para el hacking, que el Linux es un "sistema operativo pirata e ilegal" diseñado por "el famoso pirata sueco Axel Tolvards", y varias burradas más, con sólo remotos visos de verosimilitud.

Pero como se ha extendido rápidamente (parece ser un lanzamiento reciente de Barrapunto, o una web de éstas), pronto han aparecido los observadores que han señalado el carácter satírico del artículo, e incluso que no se trata más que de una copia ligeramente alterada de una broma que apareció originalmente en webs extranjeras.

Y me he dicho que es una lástima, que ojalá hubiera sido real, no una broma.

Hace poco vi de nuevo la película "La herencia del viento", y este artículo (antes de saber que era una broma) me había recordado una escena de dicha película, haciéndome pensar que era fantástico que hubiese gente escribiendo cosas así. En la película "La herencia del viento", el personaje interpretado por Spencer Tracy realmente lo pasa mal para tratar de ganar la causa de su defendido, un profesor que en los años cincuenta o así se pone a enseñar a sus alumnos la teoría de la evolución de Darwin; su oponente, el acusador en el juicio contra el profesor, es un fanático religioso que aduce que dicha pedagogía es hereje, y que sólo la versión bíblica del origen del hombre tiene validez como enseñanza. Pese a lo que hoy nos parecería una postura más que razonable, como digo, Spencer Tracy tiene serios problemas para defender al profesor frente al inmovilismo de la sociedad, cuyas ideas retrógradas lidera el fanático.

Y la clave del asunto es que sólo al final, y bajo la creciente presión de la lógica y los argumentos de Tracy, el fanático se lanza a un discurso histérico y terminante sobre la fortaleza de sus convicciones religiosas y la Biblia en pasta (nunca mejor dicho); y es sólo en ese momento, ante la evidente respuesta reaccionaria e incluso violenta del fanático, cuando realmente queda patente para todo el mundo dónde se halla la verdad y la sensatez del asunto.

Por eso, y en cierto retorcido modo, lamento que artículos como éste provengan de la intención humorista de alguien que conoce bien, pero que tristemente sólo será por tanto escuchado por los que también conocen. Habría sido de una justicia poética que dicha retahíla de barbaridades vinieran de la mente retorcida pero seria de un ignorante tecnófobo fanático, y que dicha retahíla pudiera haber sido escuchada por gente con cierta tendencia a aprobar puntos de vista tan estrechos, de tal modo que incluso éstos últimos acabaran conociendo, y al conocer comprendieran el error de nutrirse exclusivamente de la ignorancia.

No hay nada más eficaz para combatir un fanatismo, que el más fanático de sus defensores.

Hipocresía

Hipócrita. Fascista. Demagogo. Ten siempre a mano estas tres palabras si deseas destacar en el arte del debate mediocre pero contundente. De hecho, tenlas a mano para cualquier situación en la que no sepas muy bien qué responder, pero quieras "dejar al otro en su sitio". ¡Ah!, y no te molestes en buscar su significado e intentar aplicarlo sólo si el contexto lo permite; no es necesario, son acusaciones "comodín": las usas, y quedas como un rey. Puedes usarlas de una en una, combinando dos de ellas, o incluso hilvanando una frase que contenga las tres; probablemente no sea muy difícil.

Pero hoy me centro en la hipocresía; o, más específicamente, en los "caza-hipócritas"; o, todavía más específicamente, en los que van de sinceros.

La palabra "sinceridad" es, en realidad, algo así como el cuarto comodín: no importa las burradas que digas, lo estúpida que sea tu opinión o comentario (ni lo consciente que seas de su estupidez), ni las escasas posibilidades que tengas de defender la validez del mismo con razones más elaboradas: dí que "estás diciendo lo que piensas, tal como lo sientes" y, una vez más, quedarás como un rey. Automáticamente te ganarás el aplauso de la infinidad de personas que tienen un concepto igualmente retorcido de la sinceridad, y eso vale muchos puntos en cualquier debate; por lo menos, en cualquier debate mediocre pero contundente, ya digo.

Veamos un ejemplo hipotético: un amigo o conocido que está gordo, por la razón que sea, va y te pregunta si le ves gordo. ¿Qué dos respuestas se plantean, dentro del marco de la sinceridad en su concepto más amplio?

A) "Sí"

B) "No sólo estás gordo, sino que eres un puto gordo seboso, una jodida bola de grasa, me das asco de sólo mirarte, pedazo de tonel, cacho elefante, vacaburro"

¿Son sinceras las dos respuestas? Sí, las dos están diciendo que efectivamente le ves gordo. ¿Pero cuál se limita a ser sincera, y cuál persigue en realidad algo más que ser sincero?

Con cierta frecuencia me encuentro en los foros y chats de Internet a gente borde, maleducada, malintencionada y sumamente tendenciosa, que a la mínima oportunidad sacan la carta de triunfo de la "sinceridad": "yo siempre digo lo que pienso, aunque caiga mal, me da igual como caiga, la sinceridad es lo primero...".
Excepto que, en la gran mayoría de los casos, en el fondo su prioridad no es decir lo que piensa, sino establecer (o mantener) una fachada. Porque lo de la sinceridad, lo de "no tener pelos en la lengua", mola mazo, te da un aura de honestidad tal que, literalmente, tienes carta blanca para decir cualquier barbaridad que se te ocurra, y alegar sinceridad en tu defensa; cierto, no todos se lo tragan, pero si eres hábil y lo acompañas de ciertos trazos del típico "tipo sencillote que no se complica la vida, que ve las cosas claras y llama al pan pan y al vino vino", siempre tendrás tu pequeña cohorte de admiradores, que acudirán en tu ayuda diciendo "por lo menos él dice lo que piensa, no como otros".

Por supuesto que existen personas verdaderamente sinceras; y por supuesto que a veces no hay más remedio que decir verdades que pueden resultar ofensivas; pero la diferencia entre el sincero real y el posado, es que el primero tiene el valor de decir la verdad pese a las consecuencias, y el segundo es un cobarde que se esconde tras su fachada de sinceridad precisamente para evitar esas consecuencias.

Y es tristemente cierto que hay mucho hipócrita suelto; pero por cada hipócrita que corre por ahí, hay al menos dos "caza-hipócritas" que van de sinceros para ocultar su propia hipocresía, como filisteos persiguiendo los pecados de los demás.

Algunos, en su afán por entender el verdadero valor de la sinceridad, se han convertido en caza-hipócritas. Yo temo acabar convirtiéndome en un caza-cazahipócritas.

14

# No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti

# Haz por otros lo que te gustarí­a que hiciesen por ti

# Escucha a los demás, pero ten criterio

# Hazte escuchar, pero no grites

# Cuídate de las exageraciones del corazón, que siente pero no razona

# Cuí­date de la indiferencia de la mente, que razona pero no siente

# En los asuntos triviales, la solución más fácil es la mejor

# En los asuntos graves, la solución más fácil es la peor

# Nunca lo sabrás todo: acostúmbrate a la idea de que estarás aprendiendo hasta el dí­a de tu muerte

# Ten miedo a la muerte, pero no demasiado: puedes evitar que llegue antes, pero no conseguirás que llegue después

# Siempre que puedas, pregúntate el porqué de las cosas

# Cuando no puedas, también

# Si no llega hoy, llegará mañana

# Si mañana tampoco llega, es que quizá tengas que ir tú

Reloaded

Hacía más de un año que venía usando el nick en todas partes, y hasta cierto punto me enorgullecía de él: mezcla de dos sustantivos ya de por sí inusuales, la nueva palabra era un pseudónimo fácil de recordar, sonoro y hasta resultón, pero al mismo tiempo ambiguo e indefinido. Aséptico. No revelaba nada, no hacía presuponer nada y, lo más importante de todo, no significaba nada. O, al menos, eso creía yo.

Hay gente que prefiere adornarse constantemente con todo tipo de simbologías que vayan declarando por adelantado su carácter, su forma de pensar, sus aficiones, sus estados de ánimo... desde la chulería -a menudo caricaturesca- de un nick como "Pichabrava", pasando por firmas gráficas con un jugador del Real Madrid o smileys tocando la guitarra, hasta las inmensas parrafadas que se gastan algunos a modo de nick MSN: un poema, una cita célebre, un recordatorio a la "pixurri a la que kiero mazo, osea de verdá"... en fin, me queda por ver una lista de la compra. Todo se andará.

En realidad no tengo nada en contra de la imagen, pues ayuda a reconocer a la persona. Pero en mi caso opté por asegurarme de que no hiciera nada más; ya me encargaría yo de mostrar, en el momento, si estaba triste o alegre, si bromeaba o hablaba en serio, si me iba la filosofía japonesa o el death metal, si me iba a dormir o a cagar. De ahí que buscara un nick absolutamente indescifrable.

Pero los del Google, malditos sean, han debido mejorar su motor de búsqueda, y donde hace un año mi nick sólo aparecía en webs donde yo me había registrado y participaba con cierta frecuencia (señal de que, en efecto, no era una palabra común y con significado), ahora aparece también en una web alemana que, para mi desgracia, informa al visitante de que la palabreja que escogí significa "coles frías y mustias".

Y como que no, vamos.

En verdad lamento deshacerme de mi nick, pero me anima la intriga de poner en práctica ese experimento tan típico en Internet, el juego de las identidades: entrando como una persona desconocida en la comunidad que ya me había aceptado, y de hecho siendo fiel al mismo comportamiento por el que se me aceptó la primera vez -de todos modos no podría tener otro, no tengo tripas para eso-, ¿se me aceptará nuevamente? ¿Volveré a hacer las mismas amistades (y enemistades)? ¿Acabaré teniendo el mismo rol? De hecho ya he empezado, pero de momento no puedo aspirar más que a pasar de puntillas por la típica y suspicaz "iniciación" en la que el mínimo movimiento en falso te puede hacer ganar la siempre generosamente repartida etiqueta de "troll".

También lamento tener que deshacerme de algunas viejas cuentas, pero cuando yo hago "borrón y cuenta nueva"... lo hago a conciencia. Eso sí, no publicaré este artículo (ni el siguiente, que en realidad ya había publicado) porque los considero excesivamente irrelevantes salvo para quien tenga la santa paciencia de leer más allá del tercero, con el que había pensado inaugurar este nuevo weblog.

Retrospectiva: retroceso en perspectiva

Que "la ciencia avanza que es una barbaridad" es indiscutible. ¿Pero a costa de quién?

Recuerdo uno de los primeros programas de dibujo que se hizo popular, el Deluxe Paint II, entre cuyas imágenes de ejemplo se hallaba la magnífica pintura de una mujer celta, iluminada por las llamas de una hoguera. Deluxe Paint II es un programa prehistórico para los estándares actuales, tan sólo "superado" por el Paint del último Windows.
Recuerdo el magnífico "Oxygène" de Jean-Michel Jarre, creado con una mesa de mezclas de cuatro canales y unos sintetizadores que sólo garantizaban el sobrecalentamiento y el desafinado. Hoy día podría aterrizar un Boeing sobre las mesas de mezclas, y los sintetizadores casi componen solos -de hecho, algunos parece que prefieran hacerlo-.
Me recuerdo a mí, no hace tanto tiempo, programando un Eliza (el programa de conversación ideado por Weizenbaum) sobre una calculadora Casio FX-850, con una pantalla de 2 líneas por 32 caracteres, 40 K de memoria, y sólo Dios sabe qué procesador. Hoy en día, ni el mando a distancia de la tele se dignaría a tener unas prestaciones tan bajas.

¿Le sacamos partido al progreso? A veces tengo la impresión de que, cuanto más sudan unos pocos ingenieros y desarrolladores para proporcionarnos las mejores herramientas, tanto menos la mayoría de nosotros queremos sudar usándolas, para obtener resultados dignos de ellas.

Hoy en día, muchos usuarios se obsesionan por tener el último Photoshop, para así poder recortar la cara de un familiar y ponerla sobre el cuerpo decapitado de un culturista. Ni balance de tonos, ni similitud de texturas, ni hostias; seguro que "da el pego, ajjajaja".
Otros esperan con impaciencia el próximo Cubase, para poder perpetrar cinco de minutos de ruido torpe y caótico con que torturar a familiares, amigos y desprevenidos contactos del MSN.
Y yo, que rara vez escapo a mis propias críticas, apenas puedo conseguir un programa en línea de comandos que salude al mundo.

Y seguimos exigiendo avances, pero en verdad ya no podemos justificarlos con nuestro ingenio. De momento, nos tranquilizamos con términos como "sociedad de consumo", "desarrollo asistido", o el siempre socorrido "y... ¿por qué no?".

Ah, pero algún día nos quedaremos sin eufemismos.